Dos androides apalabran la cópula entre sus dos sirvientes humanos y el porcentaje de crías que ganará cada uno tras el parto.

Descansa en la mesa el transparente vaso cementerio de la creatividad sufrida, cincelada en café en sus paredes, apilada dentro en una montaña de cenizas donde agoniza una última colilla.

Mujer. Ventana. Platón. Frustración.

Pura Escocia Líquida en los hielos milenarios.

Te encanta este mundo: políticos que trabajan sin cobrar, jueces que desenmascaran y castigan al culpable, policías que protegen al ciudadano a todo coste, se trabaja y se estudia por y con placer, ladrones que sólo roban besos, gente que se enamora de interior de las personas, la meta en la vida es la felicidad.
Qué bonito.
Ahora vas y te despiertas.

Calle Betis y un traje morado.

Una rica llora en su particular funeral de lo que ella considera la dignidad, yendo enterrada en joyas, por última vez, a un Compro Oro.

Hombre-Huevo acapara la pista de baile.

Sundy, Bloody Sundy.

Lloviendo nueces.

Treinta pescadores fantasmas. Treinta en un bote a remos. Treinta triunfos en blanco y negro.

Cuando entra la pelirroja se desabotonan las bocas de trescientos sementales descosidos. La música se acompasa a sus tacones y se recomponen ojos licuados en copas de vino. Ella, sabedora, desnuda lo único puro que tiene en su tiránica sonrisa, y aun así, uno solamente quiere escalar hasta sus opresivos gemelos firmamentos.
Hipnotiza su falda, yugo narcótico de la mirada, entre vaivenes.
Incluso se inclina la cancerígena neblina cortés ante su paso.

Muere el invierno de un hombre, enciclopedia de pasta ajada.

Trina su déspota debilidad la mujer arpegio en tu oído.

La suela de la zapatilla volando hacia una futura mosquimancha de sangre en la pared.

Lo perenne se cae a pedazos.

Un cerco, una señal de agua sucia en el alma que, una vez, hace tiempo, estuvo inundada de amor.

Quijada de chimenea.

Hay siete
escalones.
En este una navaja
de canalla y filosa.
En otro hay un bate, estilosa
dura caricia, punta de acero.
El próximo lo acaparará el veneno, de
mentes claras atrofiador en la Historia.
En el cuarto puesto descansan unas pastillas,
paradójica química de la que ¿te has de fiar?
El quinto lugar lo preside la clásica espada, orgullosa
asesina de un gran rango de no sólo insignes amantes.
No falta tampoco la tan querida horca, sempiterno justiciero de los
que por encima de Dios y los sabios repartieron soberbia al mundo.
Al final la grisácea pistola te deja una rápida opción al poco sufrimiento 
[tras
todo el pesar, la metálica y fría muerte posmoderna vacía de 
[valor dramático.
Arriba del todo hay una mujer morena. Pelo negro ondulado la corona 
[sobre labios carmesís,
vestido rojo enfundado en cuerpo de infarto. No me digas que te cuesta 
[demasiado ascender.

Ojos que cauterizan corazones.

Árbol caduco, en invierno, verde. Sólo en tu mirada. Y en la suya. De la mano.

Escribir, caminar entre desiertos de clavos con zapatos de algodón mirando cordialmente al sol.

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